La «primavera israelí»
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Si un hecho trascendental caracterizó el 2011, ese fue, sin duda, la denominada «primavera árabe». Civiles oprimidos, indignados y desesperados se apoderaron de avenidas y plazas, se enfrentaron a gobiernos, ejércitos, policías y bandas de matones, derrocaron tiranías sangrientas, desarrollaron elecciones libres y actualmente se miden con períodos de transiciones políticas, económicas y sociales muy difíciles de evaluar en qué realmente derivarán.
En Israel, naturalmente, no podíamos ser menos. No es secreto para nadie que una posible tercera guerra mundial flota en el ambiente. Las revelaciones del Secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, al The Washington Post de esta semana, alertando que existe una «gran posibilidad» de que Israel ataque las instalaciones nucleares iraníes durante esta «primavera» no nos tomaron por sorpresa y podrían constituir el primer episodio de esa conflagración a gran escala.
Hace dos semanas atrás, en Israel, Dios tuvo buenos motivos para alegrarse. Según los resultados de un estudio titulado «Un retrato de los judíos de Israel - Creencias, respeto y valores», publicado por el Instituto Israelí de Democracia en colaboración con la fundación Aví Jai, el número de creyentes - en la existencia divina, claro está - aumenta cada vez más. Aquellos israelíes que se definen a sí mismos como «ultraortodoxos», «religiosos» o «tradicionalistas» constituyen actualmente una abrumadora mayoría de la población.
Para el judaísmo ortodoxo, ¿las mujeres tenemos derechos? Es una pregunta que me he preguntado frecuentemente en los últimos meses. O por decirlo en forma diferente, ¿donde terminan los derechos de los hombres y donde empiezan los míos?
Tal como se expresa tanto en su documento fundacional, la Declaración de Independencia, y a través de la voluntad de la mayoría de sus habitantes, es un hecho que Israel debe ser un estado judío. Por judío quedan implícitos dos elementos centrales: el primero, de naturaleza práctica, que la mayoría de sus ciudadanos son miembros del pueblo judío; el segundo elemento es la legitimidad de integrar las tradiciones, cultura, valores, y hasta en algunos casos, legislación judía, en las estructuras públicas, políticas, y legales de la sociedad.
Constituyen algo menos del 10% de la ciudadanía de Israel, aunque son más de la quinta parte de la capital, Jerusalén. Se consideran los preservadores del pueblo, por su dedicación durante siglos al estudio de las Sagradas Escrituras. Pero no pocos de sus conciudadanos los ven como un serio problema social.