Israel: una historia ejemplar
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"Yo no puedo estar sin hablar, lo confieso – me dijo -. ¿Es usted alemán?... ¡español! … Yo he leído a López de Vega, yo soy israelita y tengo en Berlín una pequeña tienda de relojes…" El vagón se había llenado de hombres alemanes (…); apenas oyeron la palabra israelita, comenzaron a caer chanzas y groserías sobre el menudo viajero. Y yo me avergoncé, lo declaro: temí que aquellas gentes estólidas descubrieran en mi palidez española y en mis barbas negras una filiación hebrea. Me avergoncé y no tomé su defensa, y la otra noche, viendo El mercader, se puso de pie en mi memoria el pequeño relojero judío y me clavó sus ojuelos de avecilla maligna y sentí un pinchazo en el corazón.
Ortega y Gasset
Se cumplen 61 años de la creación del Estado de Israel. Han dejado de celebrarse. A cambio se viene requiriendo a Israel un grado de perfección no pedido a ningún otro país de la tierra. Para tolerar su existencia se ha exigido a Israel en su última guerra con Hamas que actuara como si el contendiente no fuera un grupo terrorista sino un ejército modélico. Se ha pedido sin rubor a Israel que hiciera como si no existiera una estrategia deliberada por parte de una organización terrorista de esconderse detrás de civiles. Como si esa banda terrorista no hubiera secuestrado y matado inocentes en el pasado, y obtenido un progreso político con ello. Se ha exigido a Israel que respetara escrupulosamente las normas internacionales, pero desatendiera las que ampararan sus intereses: “la presencia de una persona protegida no puede ser utilizada para convertir ciertos puntos o áreas en inmunes a las operaciones militares”, artículo 28 de la Convención de Ginebra. En definitiva, se ha hecho recaer la responsabilidad de todos los males de Oriente Próximo, y hasta de mucho más allá, en los hombros de Israel, porque a Israel se le exige renunciar, desde fuera, a lo que se permite a quienes quieren aniquilarlo. He aquí 61 años de exigencia y de renuncias, desde dentro.