MONEDAS ANTIGUAS Y UN ENCUENTRO DE POSTGUERRA
Mi hijo mayor acaba de hacerme un hermoso regalo: una diminuta moneda del antiguo Israel , de Alejandro Janeo (103-76 antes de Cristo), Rey y Gran Sacerdote, y con ella casi completo una docena de las más antiguas piezas numismáticas de mi colección, que mantengo apartadas porque son una pasión verdaderamente aparte: dos o tres denarios romanos, uno de un siglo antes de Cristo y los otros de alrededor del año 200; dos de la provincia bactriana (parte del Afganistán actual) , de unos 160 años a.de C.; una de Gades o Gadir (actual Cádiz) , con los famosos atunes, de alrededor del 1100 y el hermoso croat (la palabreja ya casi ni figura en los diccionarios) de Pedro el Ceremonioso, rey de Aragón (1336-1387).
Fueron “cayendo” de a muy poco en un período de más de ochenta años de mi afán coleccionista y confieso que cada vez me causan más emoción. Colecciono monedas desde antes de los cuatro años y no sé si eso fue producto de mi interés por la historia o al revés, pero lo cierto es que es una de las cosas que más me han interesado.
Desde muy chico me apasionó el espantoso tema de las guerras, que al parecer son inherentes al hombre desde su aparición en el planeta. El fervor antifranquista de mi padre y hermanos mayores cuando el levantamiento de 1936 (yo tenía 9 años) se me contagió y lo mismo me pasó con el surgimiento del nazismo y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Creo que me especialicé en el tema y, por lógica consecuencia, con la Guerra del Catorce y la situación planetaria en la primera mitad del siglo XX.
Quizás influyó en esto la cantidad de inmigrantes en el campo entrerriano que conocí, en especial con la colonización judía de principios de ese siglo. La organización del Barón Hirsch había traído colonos a varias partes de la provincia y del país y así conocí personalmente a numerosísimos inmigrantes, en primer lugar de Europa oriental, pero también a muchos no judíos, de España (alguno de Portugal), Francia, Alemania, Polonia, Rusia, Hungría, Austria, Rumania, del Báltico, y alguno de un país más “raro” como una familia de Dinamarca.
Muchos habían sufrido los horrores de la Guerra del 14 (Kaimsky, Siebzhener), vinieron después los escapados del fascismo y del nazismo (Fontana, los hermanos Haase), los sobrevivientes de la mal llamada Guerra Civil Española (Méndez Vales, Cortiñas, Campo); militares italianos del 14 y luego mussolinianos (Zossi, Piero, Cozza)etc.etc.
También conocí muy bien a don Adalberto Szabó, checoslovaco, un tipo macanudo, que estuvo con Bela Kun en la revolución húngara de 1919 , de la que me hablaba (aunque yo era un chiquilín y sinceramente no sabía quién era Bela Kun, que—dicho sea de paso—al parecer fue una víctima más del stalinismo).
Todo esto me lleva a relatar un encuentro a principios de la década de 1950 en Concordia, en mi lugar de trabajo y promovido por mí, entre un entrerriano que había estado con el maquis francés hasta 1945 y un oficial del ejército húngaro nacionalista derrotado por los soviéticos. Este comprovinciano ex maquis era amigo de un tío de mi esposa (entonces mi novia) y se encontró por casualidad con el húngaro que—venido a la Argentina—se dedicó a vendedor de una importante imprenta porteña especializada en material comercial y llegó a mi trabajo ofreciendo su mercadería, en momentos en que estaba el ex maquis. Me apresuré a presentarlos. Se saludaron muy cortésmente en francés –Bonjour Monsieur, Bonjour Monsieur-- idioma que ambos conocían y en el que departieron un buen rato en mi presencia, sin que yo lograra captar más que unas poquísimas frases.
Pero ese encuentro, mediado por mí, a casi setenta años de sucedido todavía me emociona.
Pablo Schvartzman –C.del Uruguay, 18 de octubre de 2014.
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