SECRETARIO CATOLICO DEL JEFE

Posteado el Sáb, 08/05/2010 - 20:33

SECRETARIO CATÓLICO DEL JEFE
Un par de lectores de mi última nota en PLURAL JAI me preguntan cómo llegué a ser secretario católico de un jefe militar; e incluso uno se permite una simpática humorada pues – parodiando al profesor Jirafales—pone “¿Por qué causa, motivo, razón o circunstancia…?” Aquí va la historia:
En mi adolescencia tuve algunas noviecitas: católicas, judías, y una –la que más me duró—perteneciente a una de las confesiones evangélicas. Ninguna pudo influir en mí con sus convicciones religiosas, pero asimilé bastante, fuera de mi propia religión judía, las creencias de distintos grupos cristianos.
En 1948 me tocó el servicio militar. Y el destino hizo que tuviera que servir en dos unidades distintas: casi medio año en Zapadores y casi un año en Comunicaciones. En esta última teníamos un jefe muy culto y muy religioso que, por esas cosas, salió de padrino de un matrimonio de ancianos que se había propuesto un cambio de categoría de una capillita de campaña.
Pues bien, fui durante casi todo el último período, secretario católico del jefe; creía que yo redactaba bien las polémicas notas con el Arzobispado de Paraná por el problema ése, que nada tenía que ver con lo militar.
Pero el jefe –hombre serio y de palabra—se había impuesto la tarea de convencer a las más altas autoridades religiosas provinciales de su lucha en defensa del proyecto del matrimonio y yo era quien escribía las notas con mi propia redacción.
Adquirí un librito de instrucción religiosa católica y con el Nuevo Testamento en la mano glosaba, a pedido del señor Jefe, especialmente las Epístolas de mi ilustre tocayo San Pablo a los Tesalonicenses y a los Corintios. El señor Jefe estaba encantado con mi labor de secretario y por ahí hasta elogiaba el énfasis de mis argumentos.
Un día me llama, me extiende la última contestación del arzobispo y leo espantado: “Mi estimadísimo Mayor: si usted por ventura cree que puede enseñarme cristianismo a mí, está muy equivocado; si sigue en este plan quizás me vea obligado a pensar en que debería excomulgarlo…”
Yo no podía reaccionar; adopté la posición de firme y sólo atiné a decirle:
--Permiso, mi Mayor : yo escribo las notas de acuerdo con sus indicaciones, pero usted las lee, las aprueba y las firma…
-- Sí – me contestó—y usted, soldado, no tiene la culpa, no se haga problema. Solamente pienso que no es justo este reproche del señor Arzobispo.
Pasados varios minutos, y cuando lo vi menos amargado, yo –que nunca pude con mi genio—le dije:
--¿Me permite una irreverencia, mi Mayor? Lo que no sabe el señor Arzobispo es que es un soldado judío el que escribe estas notas.
El señor Jefe me miró con seriedad durante un minuto e hizo este comentario: -- ¡Este Schuarman…!
Pero estas circunstancias me permitieron llegar a conocer bastante bien – fuera de mi propia religión, de la que soy un poco rebelde—el catolicismo y, en el caso de mi noviecita, otras confesiones cristianas.
Tiempo después llegué a hacerme bastante experto en masonería y otras materias y creencias, pero mi innata rebeldía no se vio muy afectada.
Eso sí, después de más de sesenta años, muchas veces se me presenta el encabezamiento de aquellas notas mías: “A su Eminencia Reverendísima el Señor Arzobispo de Paraná Monseñor Doctor Don Zenobio L. Guilland”.

Pablo Schvartzman

Concepción del Uruguay, 5 de mayo de 2010.