KONST FURN

Posteado el Vie, 05/02/2010 - 07:44

KONST FURN

Estaba hojeando el Diccionario Ídisch-Español y Español-Ídisch, de Winocur y Konstantinovsky, edición argentina del año 1931, cuando saltó ante mis ojos la definición “forn”: “Ir en coche u otro vehículo”. De inmediato resonó en mi mente la frase resignada de mi padre: “konst furn”, en su pronunciación ucraniana del ídisch: “puedes viajar, puedes conducir...”
Mi innata rebeldía --de la que siempre hablo—debe haber nacido muy temprano, unida a ese afán de libertad que significa la pasión arrolladora por el motociclismo, que se apoderó de mí supongo que poco tiempo después de mi nacimiento.
Fui un precoz rebelde y un precoz motociclista, aunque no conseguí mi primera moto hasta casi los 20 años pero para entonces ya hacía más de diez años que sabía conducir un automóvil. Lo cierto es que aprendí a mis 8 ó 9 con el “Ford A” de 1929 de nuestro vecino Miguel Kohon, quien lo hacía trabajar de taxi en nuestro pueblo.
En su casa de amplio patio—como casi todas las de pueblo chico—sus dos hijos menores, uno de mi edad y el otro un par de años mayor, aprovechaban la hora de la siesta de don Miguel para poner en marcha el Ford y al menos practicar en primera y marcha atrás nuestras habilidades de conductores. Don Miguel era bastante viejo y bastante sordo, por lo que nuestras hazañas al volante pasaban desapercibidas.
Poco después de los 12 ó 13 años, mi padre me permitió manejar en la calle su flamante Chevrolet de 1937. Quiere decir que hace por lo menos setenta y cinco años que conduzco automóvil y más de sesenta que soy motociclista. Y en mi juventud manejé casi todas las marcas norteamericanas de entonces, la mayoría ya desaparecidas: Rugby, Whippet, Hudson, Durant, Studebaker, Lafayette, Graham Paige, Oakland, etc. De mis accidentes no hablo...
Todo pasó como un sueño. Y ésta también es una frase de mi padre : “Todo transcurrió como un sueño: nosotros también éramos jóvenes y estábamos llenos de ilusiones y esperanzas...”
Mis tempranas pasiones todavía no se aplacaron, quizás por aquello de que la vejez es siempre quince o veinte años mayor que yo...
Pese a mi rebeldía, no le “robaba” el auto a mi padre y lo que no hacía --lo aseguro -- era “sacarlo” los días de fiestas mayores de la religión.
Pasó el tiempo, mis padres se fueron a vivir a la capital departamental y yo me quedé en mi habitación de mi casa paterna, la que ahora ocupaban mi hermana con su marido e hijos. Nuestro auto –ahora un “Plymouth” de 1939 –“quedó en casa”, pues mi padre ya no manejaba.
Íbamos a Concordia con la frecuencia que permitían los caminos de tierra y para un Rosh Hashaná (Año Nuevo) de 1948 ó 1949 tendríamos –unidos a sábado y domingo –tres o cuatro días feriados: un “feriado largo” como se dice ahora. Decidimos ir a casa de mis padres y llevé –atada al frente del "Plymouth"–mi bicicleta.
Al llegar, mi padre nos recibió con su acostumbrada bienvenida y, al ver mi “dos ruedas”, preguntó extrañado:
--¿Para qué la trajiste, m’hijo?
Mi explicación fue más o menos la siguiente:
--¿Y qué voy a hacer tres días en Concordia? No voy a la Sinagoga; de noche iré seguramente al cine y durante el día saldré en bicicleta aprovechando las calles pavimentadas que nosotros no tenemos...
Mi padre movió la cabeza pensativamente y, como tenía la seguridad de que yo no le mentía, no profanaba los días sagrados viajando en su automóvil, me miró fijamente (habrá pensado que con mi rebeldía era inútil luchar) y me dijo sin mucho entusiasmo:
--Bueno, qué se va a hacer...konst furn…
Desde ese día, manejé su auto en toda ocasión. Innecesario es destacar que cuando tuve mis propios vehículos no me privé de usarlos siempre que tenía deseos de hacerlo.
Y Tata Dios –que, como dijo César Tiempo, nos conoce mejor que nuestros empleados –sabrá perdonar. Dicen que ese es su oficio.

Pablo Schvartzman
(Del libro en preparación “Un terco muchacho judío”) C.del Uruguay, 2 de enero de 2010