EL "HOMBRE QUE RIE" ACOMPAÑA EL CADAVER

Posteado el Mié, 15/10/2014 - 13:38

EL “HOMBRE QUE RÍE” ACOMPAÑA EL CADÁVER
Aquí traigo otro romance
con el viejo camposanto
plantado en una colonia
de judíos acriollados.
Y aunque no es para bromear
no puedo dejar de lado
la anécdota en la que fui
testigo privilegiado.
Hablo del “hombre que ríe”;
lo habíamos apodado
en honor del personaje
del famoso escritor galo.
Cara roja, ojos saltones,
tenía un rictus muy raro
y parecía reír
aunque por dentro el quebranto
y la pena lo agobiaban.
Había venido del campo
corrido por la miseria;
hacía algunos trabajos
y ganaba unas monedas.
Le consiguió otro conchabo
la gente del club local,
acompañar a finados:
velorio, preparación
de acuerdo al rito sagrado
y escolta con el cajón
hasta el último descanso.
Todavía yo era un gurí
pero lo veo muy claro
y lo recuerdo muy serio
y muy rígido, sentado
al lado del ataúd,
viajando en el acoplado
del pueblo hasta el cementerio
en el agua y en el barro.
Mi tío Marcos, conductor
del episodio sagrado,
escondía en el tractor
la botellita de escabio
para echarse algún traguito
cada vez que se hacía un paro.
Y aquí “el hombre que ríe”
saltaba del acoplado
para exigirle a mi tío
que lo convidara un trago.
El argumento era siempre
el mismo: -- Mirame, hermano;
no puedo estar mucho tiempo
con el cajón del finado
solito con mi alma y él
propinándome sus vahos.
Los chiquilines gozaban
el esperpéntico diálogo
entre “el hombre que ríe”
y mi paciente tío Marcos.
Éste se encolerizaba:
llegaba a vilipendiarlo
con palabras indecentes
que rozaban el agravio.
--¡Aguantátelas, bandido!
¿O querés llegar borracho?
Sería una hermosa forma
de acompañar al finado.
De mal grado obedecía
y volvía a sentarse al lado
del féretro incorregible
que se movía a los saltos.
Claro, los que formábamos
la picaresca del pago
no podíamos compartir
el dolor de un allegado
del muerto que así se iba
a su último descanso.
Pero Dios perdonará
a esos bulliciosos años
en que, sin plena conciencia,
sólo solíamos burlarnos.
A veces se me presenta
como un sueño o pantallazo
el pobre “hombre que ríe”
y era serio, sin embargo.
El tesorero del club
eran mi padre o mi hermano
así que lo solía ver
cobrar el magro salario,
firmar muy claro el recibo
con su temblorosa mano:
“Recibí del Club local
dos pesos (o tres o cuatro)
por acompañar el duelo
de la familia Bogdánof”.

Pablo Schvartzman
27.9.2014