Israel no es el problema

Posteado el Mié, 18/03/2015 - 17:32
Autor
George Chaya*

 

En esta columna de hoy, bien podría compartir con ustedes algunos hechos históricos fascinantes de la milenaria cultura árabe. También pensamientos y magníficas experiencias acerca de esa antigua cultura. Pero claro, en estos días, todas las personas parecieran estar en carne viva, hablan, entienden y hasta pareciera que tienen la solución a lo que está sucediendo en Gaza, con el conflicto Palestino-Israelí. Me referiré a ello solamente de paso y, en todo caso, será tema de un próximo análisis.

Hoy prefiero dedicar la mayor parte de mi artículo a pensar con ustedes sobre la amplitud del escenario geográfico de aquella región que conocemos como “mundo árabe” y al impacto de los hechos que allí se producen, algo que abordé en varios de mis artículos y análisis por los últimos años.

Para ello, le solicito como lector localizarse específicamente en la zona que va de Marruecos a Pakistán, un área predominantemente árabe y musulmana, pero que también incluye significativas minorías de otras creencias.

Usted puede preguntarse por qué dejo de lado a Israel y sus asuntos.
La respuesta es: porque Israel, y cualquier problema relacionado con ese país, no importa qué pueda usted leer u oír en medios de comunicación del mundo, no es el eje central, ni jamás ha sido el trastorno de la zona de la que hablamos.
Contrario a ello, Israel no es parte del problema, más bien es parte de la solución a la locura generalizada y estimulada por el terror fanático e irracional.
La disfuncionalidad psico-sociológica de una región.

Es cierto que sí existe un conflicto Palestino-Israelí desde más de 60 años. Pero no es allí donde se centra o radica el núcleo del asunto principal de la disfuncionalidad arabe-islámica.

Los millones de seres humanos que murieron en la guerra entre Irán e Irak desde 1980 y hasta 1988, no tenían nada que ver con Israel.

Los asesinatos masivos en Sudán,donde los islamistas están masacrando a sus ciudadanos negros no musulmanes, no tienen nada que ver con Israel.

Tampoco con Europa o con EEUU.

Los recurrentes informes sobre Libia y el asesinato de miles de civiles en una aldea u otra a manos de los fundamentalistas islámicos de Al-Qaeda -los mismos a los que Europa y el presidente Obama ayudaron a derrocar a Khaddafi- no tiene nada que ver con las acusaciones árabes al imperialismo estadounidense, al colonialismo europeo o al sionismo israelí.

Tampoco Saddam Hussein invadió Kuwait en su tiempo, ni puso en peligro a Arabia Saudita, ni asesinó gaseando masivamente a sus propios ciudadanos a causa de Israel.

Egipto no usó gas venenoso contra Yemen en los años 60 a causa de Israel.

El fallecido presidente sirio Haffez Al-Assadno mató en una semana a treinta mil de sus propios ciudadanos en 1982 en el pueblo de Hamma, en Siria, a causa de Israel, y lo mismo para con los más ciento ochenta mil muertos que ha sabido generar su vástago Bachar en los últimos tres años de la mal llamada primavera siria.

Por cierto, en el campo sirio, “es penoso escuchar el silencio” de colegas de analistas occidentales que desgranaron aplauso los primeros días de la revolución siria ahora que la guerra civil es abierta ya no hablan de eso.

El control criminal del talibán en Afganistán y la guerra civil en ese país, no tuvo nada que ver con Israel, con Occidente ni con cualquier forma de imperialismo que haya pretendido avasallar la cultura árabe islámica.

El terror de organizaciones como Hezbollah, quien secuestro al Estado legal libanes, no tiene que ver con Occidente ni con los judíos.

Lo mismo aplica para la organización terrorista Hamas, que asesinó y depuso la autoridad de sus hermanos palestinos representados por el presidente Mahmoud Abbas en la Franja de Gaza.

Usted puede tomarlo o dejarlo, pero si desea continuar leyendo, deberíamos pensarlo con amplitud, mal que les pese a los simpatizantes del terror yihadista, a los arabistas fanáticos y a la izquierda lunática internacional.

Nada de esto, ni las masacres diarias entre chiitas y sunitas en el Irak actual tienen que ver con Israel.

Pretender ocultar estos hechos o negarlos, no solo no le hace bien al mundo árabe, sino que resulta una afrenta a la verdad histórica sobre la crueldad de gobiernos y regímenes árabes para con sus propios ciudadanos.

El origen del problema al que hoy muchos asisten como testigos sorprendidos, es que esta región donde la ideología integrista avanzó y se afianzó exitosamente en distintos países fue convertida absolutamente en disfuncional en toda su extensión y, bajo cualquier estándar conocido por el mundo moderno.

Y lo cierto es que: “la región hubiera sido disfuncional aunque Israel se hubiera integrado a la Liga Árabe y una Palestina independiente hubiera existido desde hace 70 años”.

Los 22 países miembros de la Liga Árabe, desde Mauritania hasta los Estados del Golfo, tienen una población total de unos 500 millones de personas, casi tan grande como la Unión Europea antes de su expansión y, ocupan un área mayor que los EE.UU. o que toda Europa.

Estos 22 países, con todos sus recursos naturales y el petróleo, tienen un Producto Nacional Bruto (PNB) menor que el de los Países Bajos más Bélgica e igual al de la mitad del PNB de -solamente- el estado de California. Dentro de este exiguo PNB, las brechas entre ricos y pobres exceden la credibilidad y comprensión de un ser humano normal y bien intencionado. Allí, demasiados ricos acumularon su dinero no por triunfar en los negocios sino por ser gobernantes corruptos.

El estatus social de las mujeres es mucho peor de lo que era en el Mundo Occidental hace 200 años.

Los derechos humanos están por debajo de cualquier estándar razonable a pesar del grotesco ex presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, quien sostuviera cándidamente en su discurso de 2011, en la sede propia de la ONU su discurso más ridículo señalando que en Irán “no había prostitutas, ni existía tal cosa a la que denominar homosexualidad”.

Según el informe preparado por un comité de intelectuales árabes y publicado bajo los auspicios de Naciones Unidas en El Cairo, antes que Mubarak sea destituido por los islamistas de la Hermandad Musulmana, el número de libros traducidos por el mundo árabe entero era mucho menor que el traducido por apenas la pequeña Grecia.

Todo esto está sucediendo en una región que hace apenas 40 años la OPEP consideraba como la segunda zona más rica del planeta y, dentro de un área mayoritariamente musulmana que desarrolló en algún momento de la historia una de las culturas más avanzadas del mundo. Si lo desea, usted está en derecho de preguntarse: entonces, ¿por qué esto está sucediendo?

También es un hecho que casi todos los gobiernos en la región culpan de esta situación a los EEUU, a la civilización occidental, al judaísmo, al budismo, a todos y a todo, “excepto a ellos mismos”.

¿Conoció Usted algún presidente o funcionario importante de algún gobierno árabe que haya hecho una sincera autocrítica sobre estos temas?

¿Puede usted mencionar algún presidente árabe que haya reconocido el fracaso de su gestión de gobierno?

Pues por más que busquemos en la historia no encontraremos más que el acto de valentía y visión estratégica del presidente egipcio Anwar el-Saddat, claro que ello lo llevo a su propia muerte; fue asesinado por la Hermandad Musulmana egipcia por firmar la paz con los israelíes.

Justo es decir, también que en esa región viven millones de personas decentes, honestas y buenas, que son musulmanes devotos o que no son muy religiosos. Hoy, muchos de ellos son víctimas por partida doble de un mundo exterior que, a partir del avance de grupos islamistas, está desarrollando rechazo hacia ellos por el solo hecho de ser árabes. Estas personas, también son, y debe ser dicho, victimas de su propio hábitat que les divide el corazón por ser total y absolutamente disfuncional.

La situación a tener en claro es que la vasta mayoría silenciosa de los musulmanes no forman parte del terror y de la incitación, pero tampoco se manifiestan en su contra.

Esto hace que muchos ciudadanos en Occidente, equivocadamente, los consideren cómplices por omisión y esto aplica al liderazgo político, a intelectuales, hombres de negocios y a muchos otros que ignoran que la inmensa mayoría de los musulmanes son absolutamente capaces de diferenciar entre el bien y el mal; pero están condicionados y tienen miedo a expresar sus puntos de vista por diferentes y conocidas razones.

La persecución, el encarcelamiento, el secuestro, la tortura y el asesinato es muy común entre aquellos que se manifiestan públicamente en contra del yihadismo en sus países.

Los eventos de los últimos años han disparado situaciones que siempre han existido en el mundo árabe, no son situaciones nuevas o desconocidas. Aunque nunca han estado tan desenfrenadas como en la actual agitación regional.

Usted como lector podrá escoger y formar su opinión sobre el tema.

Sin embargo, debe saber que pasarán unos cuantos años antes de que el mundo reconozca que estamos inmersos en una guerra de las ideas que ya ha manifestado no pocas y brutales acciones militares.

Usted podrá tomar su propia posición al respecto, podrá negarlo o aceptarlo, ese no es mi problema.

Mi obligación es contribuir a que lo piense, pues ya estamos bien metidos en esa guerra.

Y mientras más demore el mundo y la opinión pública en reconocerlo, más cruenta será esa confrontación en el costo de vidas humanas.

Israel no es el problema.

 
* Escritor, periodista árabe libanés.

 

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