Autor
George Chaya
Fuente
Infobae.com
Aquellos que rechazan cualquier situación relacionada a la existencia de Israel transitan días difíciles. Los grupos anti-israelíes se apresuraron el miércoles en salir al ataque del reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado Judío por parte del presidente Trump.
Lo cierto es que con el establecimiento del Estado de Israel en 1948, Jerusalén se convirtió una vez más en la capital de un estado judío soberano. La ciudad nunca fue capital de ninguna otra nación y se ha mantenido en el centro de la vida nacional y espiritual del pueblo judío desde que el rey David la convirtió en la capital de su reino en el año 1003 A.C. y continuo como la capital de la dinastía davídica durante 400 años más hasta que el reino fue conquistado por los babilonios. Tras el regreso del exilio babilónico, en el 538 A.C, Jerusalén fue nuevamente la capital del pueblo judío durante los siguientes cinco siglos y medio.
El vínculo cristiano con Jerusalén es esencialmente religioso. Excepto en el tiempo de las cruzadas y durante los seis siglos de dominio romano y bizantino en que Cesarea, y no Jerusalén, fue la capital.
Bajo el dominio musulmán de la ciudad, Jerusalén nunca se convirtió en la capital política de una entidad árabe musulmana o incluso en una provincia dentro del imperio musulmán de los omeyas, los abasíes o los califas fatamid. En esos tiempos, Jerusalén fue gobernada desde Damasco, Bagdad y El Cairo, respectivamente.
Durante el período mameluco (1250-1516), de nuevo Jerusalén fue gobernada desde Damasco; y finalmente, en tiempos otomanos (1517-1917), desde Constantinopla.
El plan de la ONU sobre la división de Palestina de 1947 (entonces bajo mando británico) preveía su partición en tres entidades: un Estado judío, un Estado árabe y Jerusalén como un “corpus separatum” bajo un régimen internacional especial. Este plan fue aceptado por los dirigentes israelíes, pero rechazado por los líderes árabes.
Tras la salida de los británicos y la primera guerra árabe-israelí, se creó el Estado de Israel en 1948, que hizo de Jerusalén Oeste su capital. Jerusalén Este quedo bajo el control de Jordania.
Israel recuperó Jerusalén Este durante la guerra de los Seis Días en 1967. Una ley fundamental aprobó en 1980 el estatus de Jerusalén como capital “eterna e indivisible” de Israel.
La importancia de Jerusalén para los judíos es que la consideran como su capital histórica desde hace más de 3.000 años por fundadas razones religiosas y políticas. La ciudad es la antigua capital del reino de Israel del rey David (siglo X A.C.) y más tarde del reino judío asmoneo (siglo II A.C).
En 1995, el Congreso estadounidense aprobó el Jerusalem Embassy Act para trasladar su embajada a esa ciudad. El texto indica que “La ciudad de Jerusalén es desde 1950 la capital del Estado de Israel”. La ley es vinculante para el gobierno estadounidense. Pero una cláusula permitía a los presidentes aplazar su aplicación durante seis meses en virtud de “intereses de seguridad nacional”. Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama accionaron sistemáticamente la cláusula cada seis meses. El actual presidente Trump se pronuncio en consonancia con su promesa de campaña de reconocer a Jerusalén “como la capital indivisible del Estado de Israel”. El traspaso de la embajada sería interpretado como un reconocimiento en sí de Jerusalén como capital.
Ante la medida de Trump, el movimiento islamista palestino Hamas hizo un llamamiento a una nueva Intifada. En contraste, Rusia reconoció a Jerusalén Occidental como la capital de Israel en abril, y después del discurso de Trump, el miércoles, la República Checa también dijo que reconoce a Jerusalén Occidental como la capital de Israel.
Quienes se oponen a la medida ignoran deliberadamente la advertencia específica de Trump de que Estados Unidos “no está tomando una posición final respecto de ningún problema de estado, incluidos los límites específicos de la soberanía israelí en Jerusalén o la resolución de las fronteras finales, ya que estas cuestiones dependen de las partes involucradas”. En consecuencia, la re-ubicación de la embajada estadounidense afectará las conversaciones de paz solo si los palestinos eligen hacerlo así.
Ninguna propuesta de paz ha contemplado a Israel renunciando a Jerusalén como su capital. Si bien algunos argumentan que la mudanza de la embajada de EEUU debería esperar a un acuerdo de paz, esa estrategia no ha dado resultados e ignora las realidad que marcan las agendas de los grupos islamistas en la región.
La mudanza de la embajada no desafía los reclamos palestinos, árabes o musulmanes hacia la ciudad. Lo que está sucediendo en este momento refleja el conflicto palestino-israelí históricamente: Palestina aboga por luchar contra Israel en lugar de por la causa palestina. Y mas allá de todo lo que el lector lea o escuche en estos días, lo cierto es que al decidir mudar una embajada o reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel, la comunidad internacional no puede aceptar ser rehén de amenazas de los terroristas.
No hay ninguna razón para no considerar a Jerusalén la capital de Israel. Lo es, y además, afortunadamente Jerusalén esta bajo control israelí, lo que hace que sea la ciudad la más libre y abierta en una región sin libertad. Trump no ha hecho mas que dejar de lado la hipocresía.
La paz nunca está fuera del alcance de aquellos que desean alcanzarla. No reconocer la realidad es la cosa más absurda del mundo, es solo la manía occidental contemporánea de intentar contentar a los que no se van a contentar, especialmente si amenazan con poner bombas y asesinar, lo que explica el escandaloso presente de un Occidente acostumbrado al chantaje de los que rinden culto a la violencia.