Entre el sionismo y los valores universales

Posteado el Mar, 24/01/2012 - 01:00
Autor
Marcelo Kisilevsky

 

Ante el clima enrarecido en Israel, las comunidades judías deberían liderar un nuevo paradigma: la distinción entre el derecho a la existencia de Israel como estado judío por un lado, y la posibilidad de criticar -desde la diáspora y en público- al gobierno israelí de turno por el otro. Su monolitismo de opinión es lo que está alejando a los jóvenes, no sólo de su identidad sionista, sino de todo marco comunitario judío.

El ministro de Inteligencia, Dan Meridor (Likud) fue el único ministro que votó ayer domingo en contra de la ley que extiende la Ley de Ciudadanía, que prohíbe la reunificación familiar entre árabes israelíes y palestinos de la Margen Occidental y de la Franja de Gaza. La ley fue extendida en un año más debido al “aumento del peligro a la seguridad”.

“Tomen el caso de una persona de Kiriat Arba (en Cisjordania) que se enamora de una persona en Haifa. Si ambas personas son judías, podrán vivir en Haifa. Si son árabes, no podrán hacerlo. Es algo con lo que no puedo conciliar. Sé que la Corte Suprema falló que es una ley constitucional, pero eso no significa que tengamos que sancionarla. Es una ley discriminatoria que no aporta un ápice a la seguridad del estado, sino sólo afecta a los árabes”. Palabras de Dan Meridor.

El hecho de que las voces de la derecha democrática israelí todavía se animen a hacerse oír, es una buena noticia. Gente como Benny Beguin, Meridor y el propio Netanyahu cuando no lo aprietan por derecha, deberían gritar más fuerte. En una coyuntura donde se proponen leyes antidemocráticas como si los enemigos de la democracia israelí hubieran sido dotados de una metralla de matonerismo político, la protesta se hace urgente.

La lista de propuestas de ley que descansan sobre los escritorios de los parlamentarios -todavía no aprobadas pero en proceso activo- es preocupante:

  • Ley para acallar los llamados a la plegaria musulmana porque “molestan al medio ambiente”.
  • Ley de calumnias, ya sancionada: un político podrá demandar por centenas de miles de shekels a un periodista si se siente calumniado.
  • Ley de la Naqba: un ciudadano que conmemore o siquiera mencione públicamente a la Naqba (la evacuación en masa de árabes en la Guerra de Independencia, que marcó el inicio del problema de los refugiados palestinos), será arrestado.
  • Quien niegue la existencia del Estado de Israel como estado judío y democrático, será arrestado.
  • Ley de las ONG, apuntada a poner bajo la lupa a organizaciones de derechos humanos israelíes, según la cual toda ONG que recibe financiación del exterior deberá reportarlo al Registro de Partidos Políticos.

La lista sigue, pero valga la muestra. Las leyes fueron propuestas por diputados como David Rotem, Anastasia Mijaeli, Zevulún Orlev, todos de partidos a la derecha del Likud: Israel Beiteinu, Ijud Leumí, Habait Haiehudí.

El actual gobierno tiene una línea roja: la exclusión de mujeres. En este asunto, Netanyahu ha sido claro en la necesidad de combatir el fenómeno y de no permitir ninguna violación a la ley en este contexto. El gobierno también ha condenado el racismo callejero, lumpen, contra los judíos etíopes, aunque no haya tomado aún medidas concretas. En el resto, Bibi deja a sus adláteres continuar con esta danza diabólica a su gusto y piacere.

Los judíos fuera de Israel observan este espectáculo con perplejidad. Ellos se debaten entre su fidelidad al Estado de Israel como expresión del derecho de autodeterminación del pueblo judío, y sus valores universales. Las actitudes que han adoptado en el mundo anglosajón son dos: apoyar a ONGs israelíes que luchan por el perfil democrático y liberal de Israel, incluso llegando a formar asociaciones que apoyan la solución política -ya aceptada incluso por el Likud, aunque todavía no implementada- de dos estados para dos pueblos. Los ejemplos son J-Street en Estados Unidos, o las israelíes Keren Yerushalaim, la Asociación por los Derechos Civiles y similares.

El espíritu de este apoyo es absolutamente sionista, tal como lo expresó una joven judía australiana: “Es nuestra manera de apoyar a nuestros hermanos judíos en Israel”. Pero si se votan leyes dracónicas que cuestionen este apoyo como “antiisraelí”, los israelíes que acepten sus donaciones estarán violando la ley, y los judíos de la diáspora, con todo su amor sionista, estarán actuando como cómplices de delito.

La otra actitud que se adopta en la diáspora, en especial en la generación joven, es el abandono total de Israel. Dicho con todas las letras, es un país del que se avergüenzan.

El problema para las comunidades es más grave aún, sobre todo en aquellos lugares donde Israel ocupa un lugar central en la identidad judía: los jóvenes no sólo se despegan de Israel, sino que se alejan por ello de todo marco comunitario judío pues, dicen: “La comunidad está llena de fachos”.

En las comunidades latinoamericanas, la opción de permanecer en la identificación con Israel pero defendiendo sus valores progresistas, humanistas y democráticos, enfrentando a los sectores derechistas tanto de su comunidad como de Israel, no ha prendido aún. Por lo tanto, lo que viene primando es la segunda actitud, es decir, la del alejamiento total de toda cosa que huela a judío o, en el mejor de los casos, a sionista, pues los jóvenes han “comprado” la resignificación del vocablo como insulto.

Si este es el caso, los jóvenes judíos participan de marcos judíos donde Israel queda fuera, porque es un tema incómodo. El judaísmo pasa a ser un tema individual, que hay que combinar con valores ligados a la globalización. Se hacen talleres artísticos, muestras de fotografía y festivales de cine judío. Se habla mucho de la defensa del medio ambiente desde la perspectiva de la visión profética de “tikún olam”, la reparación del mundo. ¿E Israel? Bien, gracias, si Netanyahu y sus amigos saben tan bien lo que hacen, que se las arreglen sin nosotros. Les deseamos suerte, pero no nos llamen más.

Las comunidades judías deberían hacer un esfuerzo al que no están acostumbradas: distinguir su apoyo a la existencia del Estado de Israel como expresión de la autodeterminación judía, cosa que es posible y nuevamente urgente apoyar, primero y principal desde una posición de izquierda bien entendida, y su apoyo a las políticas del gobierno de turno.

Deberían abrir el debate y los espacios de participación para que los derechistas y los izquierdistas puedan criticar al gobierno de turno del Estado judío, tanto dentro como fuera de las “paredes” de la comunidad, sin por ello sentirse parias de la comunidad.

Deberían llamar a sus jóvenes a no abandonar la arena del debate, entendiendo que el monolitismo de opinión, tanto en este como en otros temas, es lo que está vaciando a las comunidades de sus jóvenes.

Israel es demasiado importante como para dejarlo en manos de un solo sector de su espectro político. Sería una lástima que el país se aleje de los valores que le dieron origen debido a la prepotencia y el autoritarismo de un gobierno que todavía puede ser reemplazado. Demasiados judíos en el mundo podrían abandonarlo y entonces sí, la “empresa sionista” toda podría bajar la persiana.
 

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