Mansión en la selva

Posteado el Mar, 17/05/2011 - 16:03
Autor
Alberto Mazor

 

Con 63 años sobre los hombros, en Israel mostramos ostensiblemente y más que nunca toda la apariencia de aquella “mansión en la selva” a la que se refirió hace unos días el ministro de Defensa, Ehud Barak.

Tenemos un sistema de gobierno estable, una democracia sólida, un poderío económico y militar, medios de comunicación autónomos y una relativa tranquilidad en materia de seguridad.

Por el contrario, en el contexto de la región, fuertes temblores políticos sacuden a nuestros vecinos, modificando por completo la situación geopolítica con regímenes derrocados y líderes que sacrifican decididamente a sus propios ciudadanos; con adversarios de ayer cerrando filas anticipadamente ante posibles concesiones diplomáticas de mayor alcance, incluyendo un Estado palestino real en nuestra puerta.

Nadie que disfruta de la embriagadora calma en el ojo de la tormenta debería ignorar su naturaleza transitoria y fragilidad. En Israel no nos encontramos en un planeta diferente al de nuestros vecinos. Por consiguiente, no podemos aislarnos por completo de las tempestades que azotan a Oriente Medio, ni desvincularnos del espíritu de los tiempos ni tampoco desatender nuestro creciente aislamiento.

Sin embargo, esa no es al parecer la línea principal del pensamiento de nuestro gobierno. Este actúa como si aquella imagen de la mansión en la selva no representara toda una serie de infaustas limitaciones y no sirviera para mostrar la total carencia de un futuro brillante, sino más bien un ideal digno de promover y perpetuar.

Estamos siendo conducidos por un ejecutivo que instintivamente desvía cualquier iniciativa o cambio; que siembra el miedo y se ocupa de frustrar cualquier esperanza positiva; que se aferra a toda prueba de que no existe un socio para el diálogo diplomático.

En Israel lucimos como alguien sobre quien ha caído de repente todo el peso de la vejez: apartados y encerrados; paralizados por el pánico; conteniéndonos al ser testigos de lo que sucede allá afuera; atrincherados en nuestro propio punto de vista.

El accionar de Netanyahu supone nada más que un rotundo abrazo de todos los status quo; pone en entredicho cada posibilidad de intentar modificar la realidad; no sirve más que para quejarse ante el mundo y asustarnos advirtiéndonos de los peligros que nos acechan en la selva y de la aparentemente inevitable próxima guerra.

Las acciones que se realizan por el simple hecho de hacerlas no entrañan ningún valor especial, y a veces también es bueno saber esperar. Sin embargo, los cambios en la región, incluyendo la desaparición de los regímenes autocráticos y los esfuerzos de unidad entre los palestinos, no sólo suponen riesgos sino también nuevas posibilidades para un liderazgo creativo.
 

¿Contamos en Israel con dicho liderazgo?

Más allá de cualquier paso diplomático concreto, uno se pregunta dónde habrá quedado aquel espíritu creativo y optimista, incansable buscador de la paz, que supo brillar inquietamente en nuestro pasado no muy lejano, y cómo fue que logró ser reemplazado por una mentalidad pasiva e introvertida que sólo se ocupa de evadir la realidad, especialmente la realidad de las esperanzas positivas y las oportunidades.

 

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