El profeta Miqueas y las villas miseria

Posteado el Mié, 13/05/2009 - 18:01
Autor
Alicia Dujovne Ortiz
Fuente
Para LA NACION.

 
Hace un tiempito, el rabino Goldman invitó al juez Zaffaroni a la comunidad Bet-El. Tema del día: el pedido de mano dura que desde ciertos sectores se había estado alzando, clamoroso. Con argumentos surgidos del derecho y de la teología, Goldman y Zaffaroni coincidieron en que la respuesta a la denominada "sensación de inseguridad" (denominación para mí tan curiosa como la de "sensación térmica", de la que nunca he oído hablar en países donde el frío y el calor se miden, sencillamente, en grados centígrados) no podía ser la pena de muerte.

 
A Zaffaroni, cuya prédica en contra de la pena capital es conocida y cuyos criterios sobre la imputabilidad de los menores de dieciocho años que cometen crímenes están a punto de ser adoptados en el Congreso, no es necesario presentarlo. En caso de ser indispensable presentar al rabino Goldman, yo utilizaría un camino más budista que judeocristiano: la vía negativa. Goldman no es Bergman. Si el segundo ha resuelto expresar el dolor de una parte de la población que se siente insegura, el primero prefiere completar el panorama citando, por ejemplo, a Norbert Elías cuando, en vista de las desigualdades abismales entre grupos sociales, el sociólogo alemán comprueba: "Yo no entiendo cómo nuestra sociedad no es aún más violenta de lo que es".
 
Lo que al rabino Goldman lo asusta por encima de todo es el discurso, cada vez más difundido, y cada vez más identificado con el "sentido común", que hace de la "otra" parte de la sociedad un grupo social descartable, ese al que Zaffaroni aludió como cierre de la mencionada reunión: "Estoy seguro de que no se va a reimplantar la pena de muerte en la Argentina, pero, si no cambia el sistema, van a morir muchas personas en seudoenfrentamientos con la policía".
 
A buen entendedor, esto parecería un modo elegante de sugerir que la pena de muerte se aplica entre nosotros por medio del método tristemente conocido como "gatillo fácil". Dejando de lado la inseguridad que representa vivir en una casilla y comer salteado, y de creerle al Correpi (Coordinación contra la Represión Policial e Institucional), mil chicos murieron víctimas de los "seudoenfrentamientos" a partir de 2003. El que no hayan sido mil, sino quinientos o uno solo, no disminuye la congoja. Pero esa congoja se agiganta al constatar que para pedir justicia por ellos y para honrar su memoria no haya habido, que yo sepa, ninguna marcha multitudinaria en el centro de la ciudad.
 
Estábamos comiendo melancólicamente una ensaladita en un bar de la plaza Cortázar cuando, en un intento por levantar los ánimos, le dije a mi rabino: "Bueno, Dany, la buena noticia es que ningún partido político argentino se ha unido al reclamo, farandulero o no, de los que gritan «el que mata debe morir». En Francia, y en más de un país europeo, hay una extrema derecha racista apoyada por fuerzas de choque, que gana posiciones estimulando el miedo al diferente, vale decir, al extranjero. Lo extraordinario es que en nuestro país el «diferente» -descontando a los bolivianos o a los paraguayos- resulta nada menos que nuestro propio criollo. Debe ser por eso de que, para no ser tildados de «autoxenófobos» -agregué, ya sin aliento-, ninguna formación política se atreve a acompañar las imaginativas propuestas llegadas a mis oídos en las últimas semanas: un vecino mío que hablaba de cortar en rebanadas a los «negros» delincuentes o un taxista que proponía, en el tono más razonable y contemporizador del mundo, coserles las trompas a las mujeres de las villas para que no se siguieran reproduciendo". "Partidos políticos que apoyen la violencia no hay -me contestó Daniel Goldman, con envidiable serenidad-, pero sí una corriente de opinión que puede transformarse en escuadrones de la muerte."
 
Años atrás, durante una entrevista que le hice para este mismo diario, Zaffaroni me confió que, de someterse a un plebiscito la pregunta sobre la aplicación de la pena de muerte, él creía que en la Argentina ganaría el sí. En la misma longitud de onda, Goldman piensa que condenar a un preso al ojo por ojo y diente por diente concita, en todas partes, la aprobación popular. Por eso, para no perder votos entre una multitud que acostumbra guiarse por sus pulsiones, la mayoría de los candidatos presidenciales dudan en oponerse en forma abierta a la pena capital.
Pulsiones, en principio, perfectamente comprensibles: "Hasta en la Biblia se sostiene que aquel que mate debe morir -admite Goldman-, pero es sólo un deseo primero ante el sufrimiento por la muerte de un ser querido. Después, con la reflexión teológica, se lleva ese sentimiento al absurdo. Según el Talmud, fuerte es quien controla sus impulsos".
 
Reflexión que, en este caso, debe ser necesariamente acompañada por un profundo diálogo social, en las antípodas del tan peligroso "sondeo de opinión" que deteriora la política. Por desgracia, añade el rabino con su habitual placidez, "los supuestos defensores de la ley, que transforman cualquier situación emocionalmente desestabilizadora en política de Estado, lo hacen a partir de intereses económicos muy poderosos que prefieren la sofisticación y espectacularidad de la muerte antes que la simpleza de la vida".
 
Simple no quiere decir sencillo. El profeta favorito de Goldman, y, por oscuras razones, el menos publicitado, se llama Miqueas. "Según lo que dicen los que entienden, no los teólogos, ni los filósofos, ni los rabinos, sino los hombres comunes que lo escuchaban en su época -ha escrito Goldman hace un tiempo-, Miqueas se expresaba de manera simple. Sencillo es vacío. Simple significa, por definición, algo altamente sofisticado. Es tan sofisticado que todos lo entienden. Como cuando habla el político cuando realmente quiere que lo comprendan. Como que una mesa es una mesa. ¿Qué decía el profeta? Procedé con justicia, amá la misericordia y caminá humildemente. Para proceder con justicia -dice un exégeta-, uno debe honrar la diversidad de la Creación. Que el pobre no tenga hambre, que el enfermo pueda recibir su remedio y que el boliviano no se sienta fuera de su casa en la nuestra."
 
Una rápida incursión en la Biblia me ha permitido identificar al misterioso Miqueas. Está justo después de Jonás y antes de Nahum. En Miqueas 2, subtitulado ¡Ay de los que oprimen a los pobres! , podemos leer: "¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en su mano el poder!". ¿Cómo se explica el que "los teólogos, los filósofos y los rabinos" parezcan ocultar a ese profeta que alza su puño contra los expoliadores? "En el judaísmo no hay una línea ni una jerarquía -dice Goldman, como dando por sobreentendido en qué línea se inscribe él mismo-. Tanto el gran rabino ortodoxo como yo somos descendientes de Moisés."
 
Hay maneras bastante contrastadas de provenir de idéntico tronco. Las últimas declaraciones formuladas al periodista Jorge Halperín por este rabino, que se reconoce heredero de Marshall Meyer -al que considera un "teólogo de la liberación"-, pero sin adherir al calificativo de "moderado" en oposición a "fundamentalista" ("moderado es una palabra acomodaticia", sonríe), muestran el panorama de una comunidad judía argentina tan fracturada por el menemismo como el conjunto de nuestra sociedad: por una parte, lo que Goldman califica de "nueva derecha judía" y, por otra, cuándo no, los "otros". Durante la crisis de 2001, uno de cada cuatro judíos pasó bajo la línea de pobreza, y algunos de ellos se fueron a vivir a las villas. De ese 25 por ciento de judíos pobres, muchos han logrado readaptarse, aunque el cimbronazo sufrido no los haya dejado inmunes. En aquel momento, las instituciones judías se apresuraron a auxiliarlos, pero con una diferencia reflejada en el cambio de léxico: "Antes un judío que venía a pedir algo siempre hubiera sido considerado «nuestro amigo judío que está acá». Y, de repente, el lenguaje empezó a designarlo como «beneficiario». ¿Desde cuándo alguien es un «beneficiario» en la comunidad judía? Eso no existía. Nuestros abuelos, cuando llegaban, creaban cooperativas y compraban máquinas de coser o le daban un trabajo a otro gringo que llegaba, que para ellos era simplemente un «paisano»".
 
Frente a este abandono de lo que siempre caracterizó a una comunidad tradicionalmente ligada a ideas progresistas y humanistas, y cuyo segmento más visible parece haber olvidado "el sentido de comunidad de ideas, la polémica, el carácter combativo, la autocrítica, la búsqueda intelectual y espiritual", Daniel Goldman anuncia la creación de la Universidad Libre de Estudios Judaicos, que abrirá pronto sus puertas, a cargo del rabino Felipe Yafe y de Darío Sztajnszrajber, entre muchos otros. La nueva universidad será una tribuna para ese diálogo social que se propone contener las pulsiones "espectaculares", esto es, las de muerte, y para el debate sobre la identidad judía argentina y el estudio de sus fuentes.
 
Salta a la vista la similitud entre este rabino que habla de la "obscenidad de la riqueza" y los curas de las villas, sobre los que tanto se ha escrito a raíz de las amenazas de muerte recientemente recibidas por el padre Pepe, a quien también entrevisté el año pasado en la villa 21. Durante nuestro encuentro, y ensaladita de por medio, Goldman me había confesado que esos curas villeros le daban envidia: "Admiro su entereza. Nosotros tenemos un comedor abierto en Bet-El, y en Tzedaká entregamos remedios para tratamientos prolongados, es cierto, pero vivir en la justicia social es otra cosa". Ahora he vuelto a llamarlo para preguntarle su opinión sobre la solicitada de esos curas en relación con los traficantes de droga. "La mayor denuncia que han formulado sin palabras el padre Pepe y sus compañeros -me contestó- es estar en la villa junto a su gente. Mientras uno no comparta su vida con el otro, no entra en el otro."
 http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1127367

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